Siguiendo su órden, mi comandante, partimos con rumbo a lejanas tierras, desconocidas; viento en popa, a toda vela...
Aquellas postales
que no enviaste
a tiempo,
me llegan hoy.
Hoy, cuando ya
me olvidé
de tu ausencia.
Continuamos, con unas cuantas reprimendas...
Reprimendas
Al fin Juan,
se puso de acuerdo.
Acercose a Manuel y Antonio,
susurró a alguna página
de Francisco, qué, olvidando trifulcas,
dijo a Luis:
-‘Insta a aquel Anónimo’.
Y él, a su vez,
suplicó a Gustavo,
invadió a José,
despertó a Felipe,
liberó a Félix,
avisó a Jorge,
despistó a Gonzalo,
alertó a Pedro,
dirigiose a Rafael.
Incluso, hizo llamar
a alguna mujer,
que por allí andaba.
Sorprendida, levantose María,
cuchicheó con Juana,
replicó a Teresa,
incitó a Rosalía que,
seguía sin atreverse.
Y, al final, fue Miguel,
quien, vara en mano,
golpeó la dicha,
de tan vago poltrón.
Llegamos a buen puerto, de la mano del grandísimo Ángel González (va por tí, querido desaparecido amigo):
Eso queda
Le pregunté:
-¿De quién es el polvo que inunda la casa?
-Tuyo –respondió el cenicero-
Entonces apagué mi último cigarrillo en él
Y lo dejé con la boca tintada de negro.
Hasta más ver, aventureros en busca de lejanas tierras.