lunes, 13 de abril de 2009

¡Me internarán... por Manitú!


Siguiendo su órden, mi comandante, partimos con rumbo a lejanas tierras, desconocidas; viento en popa, a toda vela...


No hubo tiempo


Aquellas postales

que no enviaste

a tiempo,

me llegan hoy.


Hoy, cuando ya

me olvidé

de tu ausencia.


Continuamos, con unas cuantas reprimendas...


Reprimendas


Al fin Juan,

se puso de acuerdo.


Acercose a Manuel y Antonio,

susurró a alguna página

de Francisco, qué, olvidando trifulcas,

dijo a Luis:

-‘Insta a aquel Anónimo’.


Y él, a su vez,

suplicó a Gustavo,

invadió a José,

despertó a Felipe,

liberó a Félix,

avisó a Jorge,

despistó a Gonzalo,

alertó a Pedro,

dirigiose a Rafael.


Incluso, hizo llamar

a alguna mujer,

que por allí andaba.


Sorprendida, levantose María,

cuchicheó con Juana,

replicó a Teresa,

incitó a Rosalía que,

seguía sin atreverse.


Y, al final, fue Miguel,

quien, vara en mano,

golpeó la dicha,

de tan vago poltrón.


Llegamos a buen puerto, de la mano del grandísimo Ángel González (va por tí, querido desaparecido amigo):


Eso queda


Le pregunté:

-¿De quién es el polvo que inunda la casa?

-Tuyo –respondió el cenicero-

Entonces apagué mi último cigarrillo en él

Y lo dejé con la boca tintada de negro.


Hasta más ver, aventureros en busca de lejanas tierras.