miércoles, 20 de mayo de 2009

Circulo II


Habitación naranja.

Naranja, es el color del fuego. Me gusta tanto como el crepúsculo, el naranja de mis recuerdos. Naranja es la vorágine – suerte que existe una palabra que lo exprese. Es húmedo y caliente, fuego interno. Es un sentimiento que precede el amor.
Es desgarrador como un aullido en una estancia hermética, donde el eco jamás cesa.
Me gusta el naranja porque con él la luna arde, baja hasta mí para volver a irse, cruel y lentamente.
Naranja fueron las estrofas de Masoch, y azules las de Sade. Por eso, yo que soy un animal violento, busco lo más cercano a la muerte, ese sueño escurridizo, ese orgasmo egoísta, algo que me haga sentirme insignificante. Insignificante como un capricho infantil, como una bofetada materna. Ser una huella en el lugar del crimen, los cimientos de un castillo encantado, el tronco de una secuoya muerta. Algo que ya pasó.

Anatomía de un diablo.

Siento latir mi corazón, como único movimiento en el universo, desde mi trono solitario. No hay brisa en el horizonte, ni nubes en el cielo, no hay ruido en las calles, solo el lento latir. Sístole y silencio, diástole y espera.
Desciendo sobre la pradera, arropado por la sombra de mi libertad, que es eco, esperanza, que se va para no volver.
Busco un “tú” en el universo, y pierdo el “yo” en el silencio, en tu pecho de altas cúpulas, catedral del silencio, lastre en mis pulmones.

“Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.”
Neruda.

Pero no me perderé en laberintos soñados, que en éxtasis mundanos, parten en cien surcos mi mirada.
Amaré tanto ese amor idealizado, joven, ciego e inexperto, que hasta el tiempo grave e implacable, escapará como un ladrón cobarde.
Amaré y haré mío, aunque muera y vuelva a nacer. Como un lactante cogeré la apariencia extraña para arropar en mí soledad ese sentimiento primero. Una y otra vez.
Jamás, vejez, segaras con tu guadaña la primavera nueva. Pues no corta el acero ni el péndulo el aire que en mí se agita. Mil mariposas que viven un soplo, y mueren tan bellas como cuando nacen, dejando larvas en letargo, contando días para volver al cielo.

Olor.

Tus senos huelen a antiséptico, y tus labios a tinta fresca. Tus manos corrigen lo extraño, en orden a lo conocido y tu sombra sigue el sol, de fondo, como una brújula. ¿Cómo quieres que no te huya, razón de libros y maestros, si nunca supe escuchar?


Es este un mundo triste, amiga. Y eso ya lo sabes.
Nadie necesita tus miradas fugitivas, excepto yo. Y eso ya lo sabes.
El eco de tu sardónica risa provoca espasmos en cualquier otro, pero en mí es puro éxtasis. Y eso, amiga mía, quizás ya no lo sepas.

- Y para ti dejo paginas vacías… Por si quieres escribir. Y en vano digo que no te dejaré morir.

CIrculo I


Impostura intelectual – apertura.

Piérdete, palabra, pues cada vez que te encuentro, cogió impulso y me pierdo en tus torbellinos. Suelta tus amarres y húndete en el horizonte, vete al fin del mundo, de donde jamás debiste salir. Pero deja tras de ti la sombra, la huella, lo que es volátil e intangible. Esfúmate, pero que el pensamiento permanezca, claro y limpio, sin estar encadenado a ti, blasfemia.


Fuengirola.

La primera noche, aquella que nunca se olvida, dormí en tus rincones. Ahora eres para mí como aquel amor monstruoso, que desgarra la inocencia y cambia la mirada.
En el crepúsculo, mi corazón recogía tus caricias y mi sombra esperaba a levantarse del suelo, como un par de alas, impaciente.
Ahora ya no calmas, tú, mi sed de voluptuosidades, eres tú un clavo ardiendo al que he de agarrarme para coger impulso una vez o otra.

… y llovió.

Siempre he vivido solo, en una roca no muy lejos de la orilla, pero lo bastante como para no llegar a tocar tierra sin ahogarme. Con el paso de los años mi pelo se fundió con las algas y mi carne se volvió agua. Me deslicé entonces entre las olas marinas, soñando con tocar los cuerpos ociosos que jugaban en la dorada arena, pero la corriente me arrastro hasta dios sabe donde – una torre solitaria, gris y húmeda.
Ah! Que de vueltas te da la vida cuando eres unos litros de agua en la inmensidad salada.

Confesión.

No puedo amar, no porque no ame, sino porque amo sin saberlo. Y todos los días voy a mi acantilado favorito a volar, esperando esa brisa que una vez ya impidió que me matara.

Fin:

No soy yo el que se atormenta, sino que eres tú la lluvia que no cesa. No soy yo el que llora tu perdida, sino que eres tu la que no devolvió el corazón prestado.
Con tu bello antifaz de lirios, te colaste en mi cama, donde guardé, incauto, lo más preciado. Y como la noche, te fuiste, dejando el olor de tus mentiras, tan familiar en la ciudad donde vives.
Se que no me costaría seguirte el rastro, hacer como el que no te conoce y devolver lo robado a su lugar, que siempre es el mismo. Pero se que te volverías a ir, pues eres como la palabra, que ha pasado por tantas bocas, que ya no sabe quien es.