lunes, 16 de agosto de 2010

Mi legado.


Los cinco sentidos bombeaban información a través de la adrenalina, un grito se congelaba en mi oído y mis ojos recorrían diente por diente al chico que acababa de salir volando hacia atrás con un bote de gas lacrimógeno incrustado unos centímetros en su pecho. Sus uñas estaban completamente abrasadas, olía a gasolina. ¡La tecla! Era roja y grande como un tomate, bajo una caja de metalcrilato, colgaban de la cerradura dos llaves amarillas, la tercera, roja, estaba marcando las tres como un reloj atrasado. Una chiquilla de pocos años de edad tenía los ojos fijos en mi desde su rincón, había como un centenar más de niñas rubias, en sus vestidos blancos a lunares, mirándome con un espesor bobino, mezcla de pánico y curiosidad. Quise decirle un “no te preocupes, todo saldrá bien”, pero sabía que en estos momentos su mama estaba asándose como un pollo a la franela, y sería hipócrita por mi parte, ya que mi dedo había pulsado la tecla.
Ni el zen ni el thai-chi, ni la cola ligth, ni la sacarina, ni el descafeinado ha servido a esta humanidad para prolongar su vida un solo segundo. La marihuana, el cactus, el lsd, la salvia o la religión no han salvado a nadie, el hombre tal y como lo conocemos ha muerto, o esta muriendo, o esta por morir, dadas las circunstancias y la ley de causa-efecto lo único que importa es que la tecla ya está pulsada. No soy yo, es el karma, es nemesis, es el jang, el sonido del arbol que cae en medio de un bosque vacío, el contrapeso de la cultura, el fuego que como dijo Heráclito, se cambia por todas las cosas.
Si fuera dios estaría despertándome dentro de un millón de años, en su infinito retiro, por el estruendo que se estará montando ahora en la tierra. Fuego surcando el ecuador, derramándose como un huevo roto sobre su gran obra. “Menuda gamberrada le hemos liado al viejo” estará pensando el Papa con su dedo en su respectiva tecla. Y así todos, Buda en su densa crisálida de retiro espiritual, el presidente electo de cada país libre y su mando en el país pobre, y un centenar de idiotas como yo, que han entrado a la fuerza en el parlamento y “tardemejorquenunca” tocamos nuestro compás de esta oda a la muerte amiga, la única libertad que no hemos tachado de utópica.

Civitas.


Le pregunte a la ciudad si todavía estaba vivo, entre las inmensas paredes sordas, gigantescas fauces abiertas tragando todas las voces frustradas. Escupiendo carne vacía, llega el anochecer penetrando con dificultar a través del traslucido humo, y el cielo es fantasía, tan solo las farolas nos acunan pretendiendo ser estrellas. Oigo el paso del tiempo, a mis seres queridos engañados, pensando que la vida que han gastado ha servido para algo, y suplicándome que también sea carroña, que también mi carne sea masticada por Baal, siempre un amo de mi individualidad. Pero sueño desde la ilegalidad que hay una puerta, o un botón, que franqueado su bloqueo despertará del sueño a los átomos de gas, compactas partículas de humanidad que chocan en la masa de los mudos, pues para vivir solo precisamos agua, tierra y sol, y lo demás es libertad irracional, sentido de la vida de cada uno.
"Dinero, tecnología, ciencia, organización, masificación, poder, pobreza, idiotización, televisión, mentira, razón, dominio, muerte", así me hablo la ciudad, y tan solo esas palabras conocía. Y desde el fondo de mi corazón, tan solo porque el alma empatica reflejó ese dolor, con mis manos tuve que prenderle fuego.