martes, 18 de noviembre de 2014

Desierto sin sol
Carretera, los neumáticos besando el pegajoso asfalto, susurros de arena enredándose en los coches, flotando como auroras boreales sobre la negra vía. El cielo se pierde en la seca bruma, el calor castiga los matojos secos y lenguas de pesada arena lo lamen todo, enterrando, como una madre que tapa a su crio con una manta.
En el horizonte se ve un mar de luces, un mar de siluetas – afilados dientes que sacan tajadas de nubes, mastican estrellas y las defecan en esta carretera, iluminando la soledad del viajero.

Sudor caliente, manos que se resbalan por el volante, asiento empapado – no pienses en caliente, conduce – me digo, pero el aire me ahoga y me cuesta respirar. En un suspiro todo habrá acabado, y el coche, las estrellas y el asfalto serán uno conmigo, en esta monolítica tumba sin contorno.
Creí viajar al centro de la tierra, que iba a encontrar el nucleo del mundo – descubrir el fuego, y acabe al borde del cadalso, entre las rocas de la tierra yerma. Hasta aquí no llega el humo de mi pipa, ni el sonar lejano de las olas – que braman sin parar en mi pecho, con el sonido del reloj, las horas. Bramando siento el cuchillo, degüello de mi pensamiento, circuncisión de lo que hubiera sido – plastificado sentimiento.
Como hablar? De que contarte yo podría, si cada vez que abro yo la boca – bocanadas de ceniza vierto - escupo telarañas negras, que en mi pecho se habían enredado – seré yo el dolor del mundo, o es el mundo mi dolor sangriento¿


Raras flores se elevan, escarpados acantilados
Pedruscos y hormigueros, hacia el cielo sin estrellas.
Como arboles errando entre las nubes
Con sudor y sangre nutriéndose se alzan.
El viento trae fatigas y sollozos, acallando
El sonar de los coches bajo los balcones.
El alma del desierto es ardiente y fría - cala
En el corazón y huesos, de aquel que su pecho abre.
Cierra los puños y los ojos, niño
No vayas a creer en el brillo
Que aquí el oro es arena, y la negra muerte
Que desde el cadalso sube y en tu boca sabe a
Veneno.



Vuelvo al mundo y está como si no me hubiera ido, y me canso de caminar, correr o nadar – hay días en los que solo querría dejarme llevar por las olas, mecerme como un barco volcado durante una tormenta, mecerme hasta hundirme.
Antes siempre había un motivo, hace años lo había porque era demasiado joven, después lo hubo porque fui demasiado estúpido – y ahora que soy yo, no hay motivos más que para darle al vino.
Cualquier cosa que diga será una excusa para no ser honesto, y cualquier cosa que me calle será el motivo de que alguien se sienta dolido – ajeno a todo lo que me importa.

Quizás todo lo que esté buscando está en el fondo del mar, en el silencio de las cosas que están bien donde están. El amor de la entropía, el eterno orden divino que abraza cada átomo del universo, salvo a nosotros.