miércoles, 21 de enero de 2015

A su hermano le encantaba meterse a jugar en el sótano. Era un chico reservado que nunca contestaba con más palabras de las que le peguntaban,de mirada esquiva y débil por lo general nunca se alejaba mucho de la casa. Encontró en ese paraíso escondido la escotilla por la cual se escapaba del mundo para ser autenticamente él. Se tumbaba sobre la vieja alfombra y contemplaba durante horas las manchas del techo y como las motas de polvo se movían en el aire, como su propia percepción le hablaba de cosas que él no entendía aun, a través de los objetos viejos, llenos de simbolismo y misterio. Aquí un reloj, allá unas revistas viejas, unos zapatos en una caja junto a la pared, un gran espejo escondido detrás de una alfombra enrollada, y estanterías que lo cubrían todo salvo la pequeña alfombra que quedaba vacía en el centro del habitáculo.
Respirar aquel aire estancado era para el un idilio. Pasaba la mano por la pared arenosa y escuchando el crujir del suelo bajo sus pies, soñaba que él mismo era todos esos objetos y el sótano en el que se hallaban. Describía la vida de estos objetos a través de sus propias pasiones, sin darles un lugar o un momento del tiempo, sino abstaridas siendo una prolongación más de su piel o sus ideas.
Se sentía el tacto del cuello de su madre contra el collar, su pelo rozándolo y el olor dulzón y apacible que le transmitía, imaginaba los dedos arrugados de su abuelo apretando con fuerza los alicates que mordían con su boca de acero el blando alambre. Esas manos grandes y curtidas por el tiempo que pasaban por su piel como una lija y la infinita cantidad de imperfecciones que veía en su cara, que contaban la historia del tiempo y el oculto significado de la vida.
En ese pequeño rincón era para él mas nitido que en ningún otro lugar en la tierra, se sentía como era él era en la realidad, y no como la realidad le hacía creer que se sentía - una agresiva masa de incoherencias, golpes y gritos. Su alma se inclinaba más hacía ese bosque que se abría en su propia mente, que las piedras que se amontonaban formando el vasto desierto de su yo social.

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