jueves, 16 de abril de 2015

Ayer caí en la cuenta, cuando el reloj se paró y algo dentro empezó a funcionar mal, de que definitivamente me había desdoblado.
Primero era un punto en un horizonte lejano, como una fría estrella que parpadea, muerta hace millones de años.
Luego como una nota de blues, me extendí sobre el cielo y fui el meridiano del infinito, una linea que traza la caída, la estela de dos partes de mi mismo en las antípodas de las cosas que escondes bajo la alfombra.
Me fui abriendo en un abanico, una cúpula llena de agujeros sobre un planeta plano, viéndome desde abajo - una perspectiva nueva y cegadora, absurda pero real - sabiendo que si navegaba hacia mi corazón acabaría por caerme por el borde del mundo.
Un amanecer se incrustaba como una pedrada, como un sol de mantras, caleidoscopico, cambiando a medida que me iba cegando. Era mi propio corazón visto desde fuera, que crujía como una casa vieja y se hundía dentro de si mismo.

La vida como yo la recordaba no era más que un sueño, y el onírico mundo que me roía por las noches era la realidad que respiraba.

Inesperado, pero tranquilo

Una guía hacia el infierno y de vuelta. La vuelta al mundo en 80 años, el camino al coche que dura años luz, el café en el que te ahogas.

Y qué si uno ha estado equivocado tanto tiempo? Un cambio de norte hace que pierda el equilibrio, mareo y vómito, luchando por levantarme como una tortuga boca arriba, mejor me quedo aqui y que el mundo siga cambiando.

Y por fin lo vi. Y quizás me toque vivir con esto. O quizás todo acabe mañana. O puede que ya ha acabado y soy el último suspiro que se escapó de un cuerpo marchito para volar con las mariposas de la juventud.

Hay demonios que deben morir, otros viven a su pesar, y otros que lo son todo. También tengo los míos, que descansarán el domingo.

Y una esperanza que seguirá a mi pesar, mientras yo sigo a tientas mi camino, fluyendo como un río siguiendo la mágica gravedad de las cosas que intuimos pero no nos atrevemos a morder.

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