Hay un demonio que calza mis pies. Sentado está al borde del acantilado, tirando guijarros al abismo y riéndose. Cada certero lanzamiento a la inmensa calma me desprende de alguna apetencia, quedándose mi mente en paz.
Al otro lado juegan las llamaradas de una casa encendida, y me vienen los recuerdos de un futuro que soñé. Sube el globo y toma el relevo un dios perezoso, mil caras tiene y con mil bocas habla – como si no hablara.
En una encrucijada me sienta este, mirando hacia las mil sendas empedradas. Me habla de la redención y exige sacrificio. A muchos como este he conocido, y con muchos que sus voces oyeron he hablado. Polvo son, como plantas van esparciendo semillas y al pasar su tiempo se dan de comer a sus brotes – como dioses quieren ser.
Entre estos dos amos estoy yo, bramando junto a mi rebaño, que no es mío sino que soy el yo no querido que me obliga a ser él.
En otro tiempo – siempre mejor – me soñé el barco errante, más mis sueños fueron, como su creador, pasto de lombrices y serpientes.
Me hago viejo y entupido, ya no me valgo a mi mismo, y con este estado tengo que lamentar que este mundo – el mejor de los posibles – me ofrece saltar detrás de los guijarros, y que el vuelo me acompañe al menos una de mis apetencias, una lujuria, una gula, hasta la muerte, pero eso tampoco me haría mejor ante mis ojos – aunque ante los del rebaño solo dejaría una limpia estela de bondad.
Quizás debiera alejarme de todo lo que maldigo, como el niño que enciende la luz para espantar a sus monstruos. Nuestra esencia es increíble, es inteligencia y es mucho más – misteriosa e ilógica – pues no consigo hacer acopio de esperanza para ver que la vida moderna sirve para algo más que el comercio de los antidepresivos, y aun estos dejan de hacer efecto al tiempo.
Peor todo esto tan solo se apoya en mi voluntad, al fin y al cabo siempre puedo volver a ser un niño y buscar el mundo. Todo esto es falta de voluntad, pero la voluntad entupida siempre es más voluntad.
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