Las manos que lloran tempestades, sudorosas de lirios trenzados con mordientes espinas. Las sepultan y se retuercen como las del avaro, se asexuan en sus constricciones. Beben arenas de las cuerdas que arrastran, como si fuera la melena de una gran roca, y el amo siempre atento, para ahogarlas en polvo.
Manos que carne tocan, siempre con hedor a podredumbre. Manos que con cuero se cubren, pues piel no tienen, deshilachándose en carroñas como las del muerto. Manos de esclavo y de hombre libre, siempre más cerca de la cadena que del brazo
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Mensaje en botella