martes, 9 de diciembre de 2014

El blues de la niña

Sus pies dejaban huellas húmedas sobre el frio suelo del pasillo y sus rodillas pálidas temblaban arrítmicamente, el corazón de la niña era un pájaro con un ala rota que la movía a tropiezos hacia la puerta. Era puto diciembre, estaba oscuro y las ventanas estaban rotas, con los cristales esparcidos en el suelo entre la una masa negra de basura. Afuera de la casa se extendía una línea de ferrocarril y cada veinte minutos pasaba un tren cargado de mercancías chinas, era un polígono que se había construido bien a las afueras - tanto que al cabo de una década ruinosa se quedó abandonado por la ciudad, y reconquistado por los yonkis y vagabundos, que ya estaban ahí antes de que se construyera. Estos últimos ya estaban sacándole las ruedas al coche de la niña, que se había quedado aparcado detrás de la casa, mientas ella se aproximaba a una puerta colgada por una sola bisagra.

Hasta aquí, todos sabemos que esto es una mala idea, jodidamente mala – pero ahí está ella, buscando algo, yendo a tientas por ese laberinto maloliente.

Ella está bailando su blues violento, quemando el mundo dentro de sí misma, como una polilla entre dos cristales, recurriendo a su instinto de supervivencia y lanzándose contra todos. Al público no le gusta y la abuchean, en su cabeza suenan sirenas de alarma – un jodido bombardeo! Están reduciendo la ciudad a cenizas mientras ella se contonea y vibra como una cuerda de guitarra.


A quien le importa nada? Cuando el mundo arde, descubres que la gente sale a la calle con una bolsa de cosas absurdas y cara de vaca hindú. De qué sirve a ti, iluminado y ocioso lector?

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