domingo, 11 de enero de 2009

El viejo diablo


Bajó el demonio de un estante lleno de viejos libros, sujetando firmemente entre sus manos un par de huesos, eterna compañía de su amante. Y se apiado de mí al ver un bosque seco de hastío, lo mismo que un mar emponzoñado, lo mismo que en los ojos de su amada, cuyas entrañas engendraron la esperanza.
“Te siento como yo, desgraciado, y veo belleza, que de perseguirla tanto te ha dejado su coz, en la mirada bien marcada. Recuerdo cuando, hace siglos, estaba yo en el Edén postrado, el ángel más hermoso de la creación, enamorado de la vida y desterrado, por los celos de un Dios creador que de amor nada enseñaba.”
Decía Satanás mientras sentado tiraba dados en algún rincón, sin sacar más de un uno, su suerte me contaba.
“Y a sus hijos me envía castigar, a todos los que amo, pues en realidad mis criaturas sois y aunque seáis desgraciados, os mostrare aquello que se os ha velado, el Jardín Perdido.” Susurraba entre sus dientes encorvado.
Entonces me tendió su mano y asqueado la rechacé. “Vete a tu infesto agujero de gusanos, maldito una y mil veces. Mi alma no tendrás, serpiente, por vanos placeres terrenales. En tus tentaciones no voy a caer, pues eres tú la prueba del pecado.”
No quiso Satanás entrar conmigo a razones, pues le había ofendido y se desvaneció dejando en mi una ligera sensación de somnolencia. Maldigo desde entonces mi estupidez, pues muchas veces he podido comprobar cuanta sabiduría me quiso dejar en legado aquel viejo diablo, y cuanta vanidad había en mis palabras vacías.

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