martes, 3 de febrero de 2009

Frankenstein.



Hoy siento nostalgia, recuerdo del pasado, un extraño y oscuro pasadizo que vuelve atrás. Cambio, me acerco a la luz, a la claridad y la transparencia de mí interior, esperanza de ser otro, esperanza de ser mejor, de vivir mejor, de felicidad al fin y al cabo. Pero siempre guardo una puerta semiabierta por la que involuntariamente me dejo deslizar a vece para compararme, y siento en los huesos lo horribles que son las comparaciones, y más cuando son deconstructoras de un esfuerzo tan arduo y grandioso como es el de levantar al hombre nuevo, el renacer.
Renacer en vida, que también implica morir, y dejar esa puerta a la nostalgia puede ser tan doloroso como encarnar la muerte en los huesos vivientes, y sentir la terrible culpa de asesinar a lo más cercano que se tiene, el yo que ya no es.
Un nuevo asesinato se acerca, porque una vez que matas y descubres el fascinante placer de nacer y ver el mundo con nuevos ojos, no puedes parar. La nostalgia no puede revivirte una vez muerto, solo te permite ver el halo familiar que has dejado tras tu muerte, muy al fondo de la “casa de los muertos”. Surgen cortos, sensaciones ya pasadas, un olor conocido pero distante, y sin dudarlo surge la rabia, el llanto, el resentimiento contra el mundo, y el nuevo hombre recoge como un espejo todo ese odio. Y la muerte vuelve a triunfar.
Ahora la nostalgia se alza eclipsando poco a poco la esperanza, la riqueza del mundo pasado ya no es solo uno, sino dos pares de corazones que han latido en el pecho.
Poco a poco va emergiendo el monstruo, Frankenstein. Pieza a pieza, miembro a miembro, serrando ligaduras incansablemente, dislocando huesos, cosiendo tiras de piel y empalmando órganos con tubos de plástico, en un oscuro rincón de la cueva cuya luz surge de los violentos choques neuronales en la soledad del cráneo a medio acabar.
La nostalgia ha triunfado y el monstruo ya es presente, un presente que se va huyendo del mundo por el sumidero, por las tuberías hacia el oscuro abismo del hombre. Un abismo de locura, de autoinsatisfacción, de agonía y de asfixia. Lugar donde el futuro no llega y hace falta algo más que renacer, ya que la esperanza no esta ahí, no se puede confiar en que tras este salto a la nada vuelva a surgir carne y piel.
Y solo quedan dos vías, la huida es imposible y el avance simplemente no existe. La asfixia eterna en el laberinto de odio, o el salto, el suicidio esta vez ya no asesinato, y confiar en ser Dios para hacer surgir al hombre de la nada.
Y a veces surge carne, surge también una mente, surge el niño que orgulloso reclama lo que es suyo, el mundo. Y el mundo se postra a sus pies, ante el hombre creador que ha encarnado en si la pureza y transparencia divina, sin mascara, sin herencia, surge de la nada puro y entero, he ahí el hombre.
Y el monstruo finalmente es el creador, no la criatura que siempre alberga la esperanza y la pureza que ese conservaba en su conciente dedicación. Pero ¿qué monstruo?

1 comentario:

  1. La inspiración ha sido "la agonía de Europa" de Mª Zambrano, un libro genial que aconsejo para alguna tarde aburrida.

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