martes, 3 de febrero de 2009

"Las polillas" - Acto 2, escena 3




Escena III.
A la media hora Borja había desaparecido, no se perdió en un bar, ni entro en un lavabo del que no había salido, sino que desapareció, sin motivo, en medio de la calle; estaba y ahora ya no. Alberto saco su Nokia del bolsillo, marco el número.
- Seis, Seis, Cero, Nueve… ¿Qué sigue ahora?
- ¿Tres?
- Tres…- varios tonos, una voz de mujer, bastante digitalizada le recibió el mensaje, prometiendo guardarlo después del pitido. – El contestador.

Un cuarto oscuro con leves matices anaranjados sugeridos por varias velas dispuestas en círculo y una lámpara de plástico residual en medio, techos bajos y sillas mal dispuestas a lo largo de toda la sala, una mesa pequeña con diseños islámicos adornaba la habitación, Borja estaba sentado frente a ella.
- Venga pequeño, no tengo todo el día – sonrió y emitió un gruñido. Del vaso vació surgió algo parecido a dos pequeñas pinzas negras, un caparazón de placas y una larga cola enroscada sobre si misma. Un pequeño escorpión salió de entre el hielo y se le puso de frente.
Borja llevaba una chaqueta de cuero negra y alta, una camisa blanca por fuera de unos vaqueros azulados. Alargó la mano hacia el escorpión, este subió obedientemente a ella, trepo por la chaqueta hasta la abertura de la solapa y tras ver la vena azulada y palpitante que le recorría el cuello, clavo en ella su aguijón, después se esfumo en una nubecilla de humo negro.
- Ah, maldito bicho – su cuerpo empezó a temblar, las venas se agitaban violentamente como serpientes enrolladas a lo largo de su piel formando cordilleras dispuestas al azar, frías gotas de sudor empezaron a surgir de su frente y sus ojos se volvieron en blanco. – Joder, putos toxicómanos, que mierda me han dado. Dios.
- ¿Qué ves? ¿Qué coño estas viendo, eh niño? – gimió un tipejo delgaducho y pálido, cubierto de pecas, que se sentó corriendo en frente suya.
- La torre de Babel, mil pisos girando unos encima de otros, gente tirándose desde las alturas a la inmensidad del suelo, veo sus huesos romperse, siento su dolor, estoy dentro de ellos.
- ¿Te ha dado fuerte eh?
Borja se levando tirando la mesa, se acerco al tipo tanto que las gotas que resbalaban por su nariz mojaban los labios del otro. Se hurgó en el bolsillo, un chorro de sangre mancho la chaqueta y la camisa blanca, el drogata se desplomo en el suelo apagando varias velas con el peso de su cuerpo.
- Bien, ahora a pintar.
Bajó la fina escalera de caracol a la sala principal, eran ya las cinco, una serie de torres de sonido hacían llover la música sobre un grupillo grosero de borrachos sudorosos, que emitían un vaho rancio y blancuzco. En la barra, un chico joven con chaleco y tirantes le puso un tequila con algo rojo flotando en el fondo, Borja no se preguntó que era, lo apuro y dejo en la mesa un sucio billete de vente. El camarero le indico con el índice mojado a una chica, al fondo de la sala. Llevaba un jersey blanco de lana con una cremallera metálica que la separaba de modo vertical en dos, una pequeña falda azulada de red y unas botas con tacón metálico. Miró a Borja y le hizo una señal con la barbilla, toda su cara se meneo al ritmo de la música, su pelo liso se elevo sacudiéndose de la pesada gravedad, sus manos dibujaron círculos en el aire. Se tambaleo hacia él, con un gastado gesto de muñeca le abrió la camisa e introdujo su mano bajo el cinturón y los abultados pantalones. La siguió expectante, ella contoneaba la cadera y se paraba en seco cada pocos pasos para restregarle su trasero. Las drogas y el alcohol habían hecho mella en su conciencia y no controlaba sus movimientos, torpes, que intentaban alcanzar los pechos de la joven.
- ¿Te acuerdas de mí? Acabas de terminarme esta tarde, como quieres que te lo pague.
- Todavía no te he terminado nena, pero ven, tengo un hueco aquí al lado, quizás podamos hablar ahí.
Y la noche paso volando, ella rugía como una bestia salvaje, mientras golpeaba sus húmedos y firmes muslos contra los de Borja. Su rosada lengua le recorría todo el cuerpo y sus uñas pintadas de rojo arrancaban tiras de piel de su espalda.

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