martes, 3 de febrero de 2009
"Papiroflexia" - Parte 1
Hora crepuscular en el gran salón de la Mansión Mirador.
Olor a habanos, en una blancura virginal, sumergida en la inocencia sugerida por las formas geométricas del elaborado diseño.
Indicios de fiesta y media docena de invitados acompañados por guardias engabardinados. Leve tumulto en la sala.
El anfitrión, Sr. Gould sentado en el sillón blanco oculta su cara entre mechones negros engominados. Su oscura sombra se derrama sobre el suelo dando a parar con la cabeza en el espejo de plata del otro lado de la estancia.
La sombra llama la atención por su inusual densidad, casi parece vino derramado que mana del espejo y confluye a los pies del viejo, que era mas conocido por ser el dueño de una fabrica al norte, que como por toque de midas lo hizo de oro. Una fortuna bien amasada.
Yo por aquel entonces, hacia migas con un ilusionista, Andreu, cuya especialidad eran las ilusiones ópticas y más concretamente los juegos de sombras.
Era un gran hombre, tanto dentro del escenario, como fuera de él, aunque tenia un mal vivir casi bohemio, si aun se permite utilizar esa palabra en nuestros tiempos.
Habitaba un viejo ático de una casa antigua y ruinosa. No había ascensor, y el olor a orín lo impregnaba todo. Su vida se desarrollaba en el escenario, y fuera de él solo podía hablar sobre lo que hacia dentro.
Andreu pasaba aquella noche conmigo en uno de tantos bares irlandeses que parecen no cerrar nunca. Una llamada directamente al bar interrumpió la acalorada discusión que manteníamos. Se trataba de un tema delicado, una tertulia sobre el arte que tenia como fin desdoblar el lado oculto de la creatividad individual. Problemas económicos al fin y al cavo. El inspector jefe, que tenia una estrecha relación de amistad con migo, necesitaba nuestra presencia en el lugar de un crimen que tenia perpleja la buena mitad de la policía bretona.
En media hora nos encontrábamos dentro de la Mansión Mirador. Tras colgar el sombrero en la muñeca de una estatua de mármol que coronaba la escalera de caracol, irrumpimos en el Salón. Ante el impactante panorama que nos ofrecía la noche, Andreu no tuvo otra cosa que sonreír, y con un gesto de cómplice, me hizo apartarme a un lado.
Se puso justo en la mitad del eje que separaba al muerto del espejo, y como si estuviera frente a un público algo perezoso, alzo la voz llamando la atención con aires de director de circo y cortésmente se dirigió a los presentes.
"Damas y Caballeros, esta noche asistimos a un macabro espectáculo, hechos inusuales brindados por el azar.
En el crepúsculo, el mundo de los vivos y el mundo de los que ya partieron al otro lado de la Laguna, en encuentran momentáneamente en el mismo plano difractándose como dos ondas cualesquiera. El Sr. Gould ahí sentado, casualmente, como es costumbre que los hechos inusuales sean producto de contingencias inconexas, apuraba la copa de vino y dejaba este mundo en el preciso instante en el que ambos planos colisionaban. Su sombra, que ya no era suya, libre de ataduras y empapada en humo y vino, fue a parar en el espejo de plata, dejando en el suelo una larga cola. Esa cola, no es otra cosa que la fuerza afectiva de Gould por aferrarse a este mundo, y como las lagartijas, la sombra se separo de su prisión, dejando atrás toda relación con este mundo, que ustedes y yo pisamos. Así, lo que veis no es la sombra del Sr. Gould, sino un halo de vida, que empaño el suelo y la pared. La sombra, y con ella lo que ustedes llamarían alma de ese pobre anciano, han quedado atrapadas en el mundo especular, lo mejor seria tapar el espejo y guardarlo bien.
Por los demás, murió envenenado. El resto os lo dejo a ustedes."
Tras pronunciarse, tapo el espejo con una de las gabardinas de los guardias y lo perdió entre los pliegues de su abrigo.
Volvimos al bar sin entretenernos demasiado, y continuamos la conversación con el camarero. Una placida sonrisa cicatrizaba en la cara de Andreu.
Tras estos acontecimientos, estuve reflexionando largo y tendido sobre las contingencias y sus efectos. Al final todo desemboco en una fobia a los espejos, ya que me parecía ver al Sr. Gould asomarse de entre la penumbra del crepúsculo, esperándome al otro lado. A fin de cuentas, no tardaría mucho en ir a parar a su lado.
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A los que les irriten las faltas de ortografía, esto les va a parecer el infierno. Pero siempre es un coñazo revisar el texto mil y una veces en busca de tildes que faltan...Y para eso soy muy torpe.
ResponderEliminarMás espero corregirlo pronto!
Joder, que mas da, me tengo que ir corriendo y me quedo con las ganas de poder leer la segunda parte.
ResponderEliminarTremendo, Ruso, tremendo.