Escena IV.
A la mañana siguiente un torrente de información ataco la cabeza de Ruso. Se levantó como de costumbre en su cama, empapada de vomito, sin acordarse de nada claro. Sabia que anoche salió, que Borja había desaparecido, que acabo jugando a las cartas con Alberto y unos amigos suyos en la Guarida, que ganó mucho dinero y luego se lo bebió todo. Pero nada más, ni como llego a Fuengirola, que estaba a treinta kilómetros de Málaga (que no era distancia para ir a pie tambaleándose), ni tampoco de con quien había pasado las ultimas horas de la noche. Nada, todo era un torbellino confuso de gratuita y barata información de resacoso.
A su lado dormía un tipo con barba negra y rizada de varios días, una barata camiseta negra que anunciaba “Metallica” y unos tenis imitación de Converse.
- Oscar tío, despierta coño. ¿Se puede saber que haces en mi cama?
- ¿Eh, que pasa Ruso? – el tipo parecía desorientado y confuso.
- Lo que pasa es que estas metido en mi cama con tus sucios zapatos. Y además – hizo una leve pausa- me has jodido el edredón con tu vomito.
- Lo siento tío – roncó y volvió a dormirse.
En un par de horas Ruso ya estaba en Málaga, paseando por la facultad, oliendo a limpio y perfume, con una camiseta impecable y una americana que iba a juego con su sombrero y ojeras azuladas. Siguió un pasillo amplio de losas grabadas, con una pequeña jardinera en medio que se llenaba de enredaderas y otras plantas muertas, a los lados torres de hormigón cuadradas, de dos o tres pisos de altura, giró hacia una que se situaba a su derecha, un cartel plastificado rezaba “Cafetería”. “Oh si, por fin un buen café de maquina y algo de comida decente.”
Ahí, en un pequeño coro alrededor de una mesa roja de Coca cola, estaba el grupillo de artistas: Alex, Tomas, Alberto, Valentín, Lucia y Borja.
- Saludos rezagado, que tal a noche – dijo Alex con un ronroneo felino y una mueca risueña de iluminados ojos.
- Bien, bien. ¿Alguien se acuerda de que me paso? – desvió su mirada hacia Borja – ¿Oye, y tú donde te metiste? Alberto y yo te llamamos una docena de veces al móvil.
- Hm, creo que lo perdí. Y bueno, también siento que anoche yo me perdiera, pero recibí una llamada muy importante de un asunto que tenía que atender.
- No dijiste que se te perdió el móvil – Ruso lo miraba fijamente a los ojos, con las cejas en V y los labios apretados formando una fina línea rosada. – Bueno déjalo, ya me contaras como te fue Don Juan, yo voy a por un café. ¿Alguien quiere algo?
Aquella tarde el grupillo se disolvió, cada uno tenia asuntos que atender, Valentín se fue a casa de Lucia, Ruso y Alex se perdieron por el centro de Málaga y Tomas tenía clase por la tarde.
- ¿Qué mierda creerá la policía? Hay un cuerpo calcinado, un estudio con media docena de cuadros quemados y pintura por todas partes. Ninguna otra habitación de la casa había sufrido daños. Bueno, del cuerpo me he deshecho, ahora bien, como explico lo del incendio… Este hombre era un calzonazos, tardare más en excusarme ante los padres que en convencer a la policía.- Borja pensaba frente a la puerta de madera de su casa. Anoche había quemado el estudio, eliminando todo rastro de su “huida.” Sabía que Tomas fue más discreto y que se deshizo del cuerpo tirándolo al mar, pero él fue más torpe, llenó de sangre todas las paredes y los lienzos, el fuego era el único remedio fácil y seguro. Además, como la casa era de hormigón, con unas paredes bastante resistentes y una puerta metálica, sabía por seguro que el resto de la casa no se dañaría. Tenía una coartada, Ruso y Alberto afirmarían que estuvo con ellos al menos hasta el momento que se produjo el incendio y estaban lo bastante lejos de su casa como para que nadie demostrara que fue él quien lo provoco. También dejo una botella de éter y una vela para que pensaran que todo fue accidentado.
- Pero además de todo esto, la policía solo mide el crimen según el poder de solvencia del sospechoso, y toda sospecha puede diseminarse con un buen fajo de billetes, y eso para un pintor no era un problema – se saco un arrugado paquete de Luky del bolsillo y se encendió uno. Una pequeña hebra salió casi volando del tubo de papel y se le poso en la camisa, aún caliente y llena de todo tipo de líquidos, fluidos y alcohol.
Los ojos del detective se clavaron en los suyos como puñales, rígidos y afilados. La fina boca cubierta por un espeso bigote, un traje algo sudado, una corbata con el nudo deshecho y un par de botones desabrochados que mostraban la deshinchada papada de aquel.
- Así que dices no haber estado en el estudio en toda la noche. – dijo pausadamente, marcando las silabas y relamiéndose los labios. – Sabes, encontramos algo de ropa quemada con restos de carne pegada en el suelo. Sabes si había alguien más con tigo, algún amigo al que hayas invitado y que se quedara en el estudio.
- ¿Alguien? No se me ocurre nadie.
- ¿¡Quien!?
- ¿Alguien, quien?
- No juegues con migo niño, los dos sabemos que había alguien. Era un hombre porque encontramos pelo pegado a la carne. ¿O era una mujer peluda? – el viejo rió entre dientes.
Borja hizo una mueca agria de disgusto – Oiga, no se de nadie que pueda haber estado allí. ¿Han pensando en que podría haber sido un robo?
- Un robo. Oye si, vamos levántate, nos vamos a la comisaría. – El detective se levanto de la silla de madera, rodeo la mesa y toco el hombro de Borja, que sonrió mostrando dos filas de dientes blancos e irregulares. La caja torácica del viejo empezó a agitarse, la respiración se acelero y dos pequeñas gotas de sangre salieron de sus oídos, los ojos se nublaron y los brazos se le pusieron rígidos y tras un crujido de rama seca, los hombros se desencajaron y los codos se doblaron hacia el lado contrario, luego el temblor pasó a las manos que empezaron a girar sobre las muñecas como dos ruecas fuera de control. La camisa empezó a abultarse por las costillas que palpitaban como las patas de un ciempiés. La lengua que colgaba como un péndulo rosado se fue ennegreciendo y alargando, un leve zumbido y la piel ya no resistió más. Las paredes llenas de sangre, el cadáver en el suelo, por un lado la mandíbula, medio torso por otro, entrañas rosadas y una decena de ratas saltando y peleándose furiosas entre ellas. Borja se levanto y tras un chasquido de su dedo pulgar con el índice, la habitación volvió a quedar intacta, solo que sin el menor rastro del detective.
- Ahora a ver a Tomas. – suspiró.
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