sábado, 7 de febrero de 2009

"Las polillas" - Acto 3, escena 2


En una de las calles centrales, frente a la catedral del centro, un predicador con los ojos fuera de las orbitas berreaba sentencias ante el populacho, encaramado sobre una caja.
- Vosotros malas bestias, vosotros hijos de Satanás, infieles, repugnante tiña de gusanos, puercos adoradores de Mahoma…
- ¡Bravo! – gritaba uno de entre la multitud.
- Despojo de viejo – gritaba otro con greñas y barba.
- Sutil, sutil, sutil – canturreaba un niño, que hacía un rato había aprendido una palabra nueva, mientras señalaba la masa de piedras con crucifijos.
- ¡…este es vuestro imperio! – volvió a la carga, lanzando un puñado de tierra que se había sacado del bolsillo. Llevaba ensayando ese número durante semanas, y muchas copas le hicieron falta para salir a la calle.
- ¡¡¡Chas!!! – un gran estruendo al fondo.
La nubecilla de tierra gris fue llevada por el viento y dio a parar en los ojos de un conductor que, distraído, miraba a través de la ventana. Este atravesó dos parabrisas, yendo a parar al coche de enfrente. El metal de doblo – como estaba previsto que hiciera – y todos fueron cubiertos por un copioso baño de tinte rojo.
El único del público que realmente se sorprendió por lo acontecido era un perro. Un perro muy bien educado por cierto, se había dejado ver con los más famosos canes, las altas alcurnias de su género.
- Inmundicia de hombres. ¡Siempre son tan groseros a la hora de morir! Si no montan un escándalo no se van felices…
- ¡Veis lo que os pasa! Os entregáis a la orgía, la sodomía… ¡¡¡oh el pecado!!! – y al terminar se deshizo en una nube de humo rosa.
- ¡Paso, paso! ¡Una mujer preñada y gorda se encuentra mal! ¡Gloria a los hijos de la patria! – siguió el can, tirando de su dueña que no por preñada sino por glotona, estaba cogiendo un haz de colores verdosos.
Sin duda Tomás se lo estaba pasando en grande. Todo estaba saliendo a pedir de boca, “el no – contenido, contenido en su obra era el glorioso reflejo de un genio sin igual.” Pensaba en voz alta maravillándose del espectáculo.

Al borde de la crisálida que envolvía la ciudad, un pequeño barco se mecía sobre la tranquila corriente. Un pescador con la cara envuelta en vendas sacaba una sirena del agua.

Imagen desde : http://luisledesma.deviantart.com/art/predicador-de-mercado-90271131

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