domingo, 1 de febrero de 2009

Dialogo

Parece que por fin el hombre se ha dado cuenta, empíricamente, de la infinitud operativa de su inteligencia. Hemos comprendido lo incomprensible con conceptos carente s de significantes, desentrañado el caos y el absurdo por oposición con la claridad ideal, hemos cruzado el espacio sustrayéndonos de él y vimos el fin del mundo fuera del tiempo. Al fin el hombre le ha ganado terreno a su visión utópica de la divinidad. Mas siempre las consecuencias nacen de la otra cara, sea, cada saber se ha visto enmarcado en un pozo sin fondo.
Podemos deshilar hasta las primeras pelusas de cualquier cuestión, si queremos. Esta se multiplica en tantas ramas como profundidad vaya ganando. Y este proceso no parece tener vuelta atrás. Las ramas constituyen un saber en sí mismas, por su propia complejidad adquirida, y así los conocimientos se van sumando como una infinitud de líneas que surgen de un foco vacío y se extienden hasta lo inconmensurable.
La unión por tanto ya no es posible, el ideal de sabio ha muerto, el polvo ha acabado por matar al erudito, y esto ya lo sabemos. Ahora en su lugar crecen los especialistas, que carecen de saber más que los de su materia.
El lenguaje se ha dislocado como lo ha hecho también la inteligencia, y ahora más dominar el mundo, nos hemos perdido dentro de nuestro propio laberinto, artificial y conceptual.

1 comentario:

  1. Este me ha venido de leer una biografái de Liebnitz. Ese hombre fue el ideal del sabio encarnado. Parecía que lo conocía todo, y todo lo que tocaba lo revolucionaba. Conciliador y fiel a sus principios como ningún otro, "cada monada (particula individual - nosotros) es un espejo de la suprema razón", y si se conseguia tener una visión global de los distinos puntos de vista, se alcanzaría a comprender el mundo.

    El conocimiento solo tiene valor como mercancia, en una visión local y temporal de utilidad.

    ResponderEliminar

Mensaje en botella